martes, 4 de septiembre de 2012


            

El planeta de la inseguridad

Por gabriel Pandolfo

            La inseguridad es la principal preocupación de la sociedad. Frente a ella unos se blindan: autos, countries, custodia. Son los ganadores del sistema, que incluyen dentro de sus gastos mensuales el rubro seguridad. Es un pequeño impuesto en función de sus beneficios, pero más temprano o más tarde, también padecen los riesgos de la desigualdad. Otros, la gente de a pie, la enfrenta como puede; toma precauciones, evita lugares a ciertas horas, se mantiene alerta en situaciones comprometidas, y cosas así. Pero tampoco nada los libra de sentirla, nada los inmuniza contra los peligros. El tercer grupo, el más desprotegido, la vive con miedo, desesperación y, vaya paradoja, son los que nuestra buena sociedad señala con el dedo: los culpables, los perpetradores, y al mismo tiempo quienes más la padecen. Ellos, “los feos, sucios y malos”, son quienes viven segundo a segundo sobrellevándola como pueden, defendiéndose de ella hasta la sinrazón, autodestruyéndose de todas las formas imaginables.
En este juego que no tiene nada de divertido, nadie gana, todos pierden, y quienes más pierden son los “oprimidos”, emergentes de este estado de cosas. ¿Es el sistema capitalista? ¿El karma? ¿El castigo divino? ¿Qué hacer para cambiarlo?
            Los más extremos críticos de la inseguridad creen que la inseguridad se resuelve con represión, penas más duras, gatillo fácil. Los menos cerrados hablan de inteligencia preventiva, lo que sería como el argumento de una vulgar película de Hollywood: eliminar al “infractor de la ley” antes de que cometa el “delito”, más o menos. El resto tiene opiniones divididas, muchos de ellos piensan que no tiene solución, que pasa en todo el mundo, que hay que convivir con ella, acostumbrarse a determinado porcentaje de robos y asesinatos. Pero todos, los unos y los otros, saben que el único remedio es Educación y Trabajo. La cuestión de fondo, la más determinante, es cómo se hace. Pero esa soñada solución no la puede llevar a cabo nadie en su gabinete de iluminado. La solución es compartida, la debemos encontrar como sociedad, participando, pensando, construyendo masa crítica.
            Paulo Freire, un pedagogo genial, brasilero (1921/1997), nacido en la pobreza, revolucionó la educación, fue funcionario estatal, enseñó en Harvard, y su lema básico era “La educación no cambia al mundo, cambia a las personas que van a cambiar el mundo”, dijo una vez: “Un padre sin trabajo tiene derecho a robar”. No diga nada, deje los prejuicios en la mesa de luz. Sólo piénselo. ¿Qué haría usted? No se olvide de incluir en su reflexión que tal vez no tenga parientes que lo puedan ayudar, que tal vez ni siquiera tenga parientes, que dejó la escuela en quinto grado si es que fue alguna vez a una escuela, que está rodeado de personas en su misma condición, con el alma corroída por el hambre, las drogas, las condiciones infrahumanas, inyectado de envidia, resentimiento, sin posibilidades de disfrutar de su tiempo de ocio (¿Qué es eso? ¿Qué quiere decir ocio?), viendo televisión basura, soñando con autos, zapatillas, agua caliente, mujeres todas operadas, teléfonos celulares de última generación, viajes a ¡Mar del Plata!, o a la luna, da igual, o al extermino alucinógeno o alcohólico que le afloje un poco eso horrible que siente que ni siquiera sabe que se llama angustia... En resumidas cuentas, piense que vive en el peor mundo de inseguridad. Hable con sociólogos o asistentes sociales, o policías si quiere. Se dará cuenta de muchas cosas. Cosas como que los detenidos, mayormente hablan poco, porque tienen un lenguaje muy reducido; en las declaraciones ante jueces o fiscales lo que más preguntan es el significado de palabras sencillas como “sustracción”, “homicidio”, “voluntad”, “calificado”.
            Imagínese una navidad bajo su piel, la de ellos, el nacimiento de su hijo, el cumpleaños de su mujer. Sienta sus manos revolviendo la basura, la mirada de los otros sobre usted, esa mirada desconfiada, molesta, paranoica, arrogante.
Usted es ellos. Sólo por un minuto, no se asuste. No conoce el efecto de una caricia amiga, jamás sintió la comprensión de los privilegiados. Pero sabe de otras cosas. Sabe de la agonía permanente, del dolor sordo, ese que no se siente porque ya lo tomó todo. Jamás ha leído un libro, no ha tenido la suerte de poder gozar del placer de una bella pintura. Da Vinci, Freud, Neil Amstrong nunca existieron para usted. ¿Puede hacerlo? Atrévase sólo un minuto por reloj a imaginar como sería usted si sintiera que la vida no vale nada, que no tiene nada que perder, que cuando nació ya lo había perdido todo. Dígame que le pasa por la cabeza. Cuénteme como sería usted si ve como se deshace la vida de sus hijos, hermanos, padres, amigos... Por favor, no le estoy pidiendo una moneda. Sólo que sea sincero y pueda contestarme con el corazón. ¿De quién es la inseguridad? ¿Quiénes son los que más la sufren?
            Pero no me diga que tendrían que haber pensado, antes de tener hijos, si podían mantenerlos, educarlos y cuidarlos. No se olvide que mal que le pese también son humanos, que el sexo es una de las pocos descargas placenteras gratis que le quedan. ¿Sabe que la vida de cada uno de nosotros tienen el mismo valor? Nosotros somos todos. Yo, usted, ellos. Y no es una opción hacer de cuenta de que no existen. ¿Hay que educarlos? Sí, a todos, a mí, a usted, a ellos. Principalmente a nosotros, a quienes tenemos el privilegio de vivir con algo de protección. Protección del viento, la lluvia, la electricidad, el sida. Tenemos que educarnos para verlos con otros ojos, que no nos tengan miedo. ¿Sabe que ellos nos temen más a nosotros que nosotros a ellos? ¿No? ¿Cree que son violentos porque sí, drogadictos porque quieren, capaces de cualquier cosa por pura diversión?
No sea paternalista, esa etapa de la civilización ya caducó. Las respuestas, las soluciones, están en nosotros, no en un mesías. Tenemos que conocernos más. Acercarnos. Aprender. Y enseñar. Se aprende enseñando y se enseña aprendiendo. Aprendiendo de los errores, a hacer una mesa, un libro, a manejar la rabia, a comunicarse, a conocerse, a cocinar. Aprendiendo a jugar, a pensar, a querer. Para la tristeza, la soledad, la inseguridad, no hay nada mejor que aprender. Aprender que somos humanos, y que la “fraternidad humana” no es una frase vacía. Piénselo. Sienta. Estoy seguro que usted no nació de una roca. Yo tampoco. En algún eslabón de la larga cadena de ancestros, fuimos hermanos.       

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